La semana pasada escribía sobre el modelo de las 2C’s (corazón y cartera) que clasifican las organizaciones en cuatro tipo diferentes: las conectadas, las fantasma, las eficientes y las errantes. De la “cartera” se habla mucho, por lo que quiero hablar del corazón de las organizaciones (o si quieres, llámalo alma o esencia, lo que más te guste): el ingrediente que tanta falta hace en la “arena corporativa” y por lo tanto, en la vida de tantas personas que las integran.
(Nota: no creo que me esté equivocando en lo anterior, en base a lo que veo en LinkedIn cada día, donde los post que más “likes” reciben son aquellos que tiene una mayor carga de humanidad)
En verano del 2016, me llegó (vía whatsapp) un texto que me impactó, porque resumía de manera fiel lo que pasaba por mi realidad. Una nueva “casualidad” (¿o quizá, causalidad?) que se sumaba a la idea que tenía de dejar lo que estaba haciendo (algo que ya no amaba) para comenzar una nueva vida. Lo más curioso es que ese texto se había escrito hacía más de 70 años, pues su creador, el brasileño Mario de Andarde, falleció en 1945. El texto es el Poema Golosinas que a continuación comparto:
Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora… Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente. Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada. Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido. Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades. No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados. No tolero a manipuladores y oportunistas. Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros. Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos dulces en el paquete… Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír, de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos.Que no se considere electa, antes de hora. Que no huya, de sus responsabilidades. Que defienda, la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas… Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma. Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar. Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido. Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia. Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una.
Mario Andarde. Sao Paulo. (1983-1945) Parece increíble que a lo largo de las décadas los problemas de las organizaciones se hayan «cronificado» de esta manera y que 70 años después, los podamos reconocer sin vestigio de duda. Hablar de gestión de talento, motivación, “sacar la mejor versión” de nosotros mismos, la gestión de las personas, el liderazgo…, al final, es hablar de lo mismo de siempre: de la autenticidad de cada persona.
De cómo ser uno mismo, siempre y en cada circunstancia, a pesar de las consecuencias. (Nota: como si “no ser uno mismo” no acarrease ya una serie de consecuencias).
Como dice el poema: “… lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.”
Y la pregunta de siempre: ¿Se puede hacer algo para cambiar la situación?
No tengo una receta mágica, pero sí algunos ingredientes necesarios: En primer lugar, y absolutamente indispensable, es que toda organización tenga un propósito de servicio. Que toda persona que la integre o que tenga interacción ella (clientes, proveedores, accionistas …), sepa y palpe ese propósito, no porque esté en toda la comunicación y el marketing corporativo, sino porque cobre vida en cada latido de la organización. En segundo lugar, tener un credo: una declaración pública de intenciones. ¿Para qué? Para que cualquier persona de la organización pueda tomar decisiones y ser responsable de sus acciones tomando como referencia ese credo (o manifiesto, llámalo como desees). Un credo donde los líderes se puedan mirar y verse reflejados como si de un espejo se tratase. Un credo que alinee la acciones con la esencia de cada persona. Un credo que haga que los todos sientan orgullo de pertenencia y sobre el cual, los líderes puedan sentirse orgullosos de pagar su mayor deuda: la del servicio. En tercer lugar, una visión: allí donde quiere estar en un determinado momento del tiempo. Que sea tan ambiciosa, como realizable. Que sea tan apasionante, que mueva los corazones y mente de cada persona que integra. A partir de ahí, ya comienzan los números, los planes, los proyectos … pero a partir de ahí, y no a la inversa. Como decía Gandhi, “sé tú el cambio que quieres ver en el mundo». No esperes a que otros lideren por tí: lidera tú el cambio que quieres ver en tu mundo. Sé el catalizador que haga que las cosas sucedan. ¿Imposible? No. In-posible (posible desde dentro … desde dentro de ti). Créeme: lo es. Photo by Mark Tegethoff on Unsplash
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